Érase una vez una gallinita roja que vivía en una pequeña granja con un perro muy holgazán, un gato dormilón y un pato jaranero.
Un día, la gallinita encontró un grano de trigo y quiso plantarlo para luego cosecharlo y hacer un rico pan.
Pidió ayuda a los tres animales que, ni cortos ni perezosos, se negaron a echarle una mano, por lo que tuvo que hacer el trabajo ella sola.
Al cabo de unos días, la naturaleza le premió con una bella planta y acudió a buscar la ayuda de sus compañeros para segar la planta y cosechar el fruto.
Al igual que en la ocasión anterior, se negaron a colaborar y la gallinita tuvo que apañárselas ella sola. Para llevar el grano al molino pensó que sería todo más fácil si lo hacían entre los cuatro, pero la respuesta fue la misma.
Por ello , decidió que lo que había empezado sola lo acabaría de la misma manera y disfrutaría del pan ella solita. Así, comenzó a hornear en el molino y cuando ya estuvo listo, un agradable aroma invadió todos los rincones de la granja.
Los animales acudieron y vieron como la gallinita roja traía entre sus alas una bandeja muy grande, con un rico pan encima.
Al verlos, dijo pícaramente: ¿Quiere alguno compartir este rico pan conmigo?
Enseguida, las respuestas habituales cambiaron y todos dijeron que sí, que contase con ellos, pero la gallinita, sin dudarlo ni un segundo, dijo: ¡Pues no! Cuando os pedí ayuda , no vinisteis; así que ahora, me lo comeré yo solita.
Disfrutó mucho con su pan y dio una gran lección a sus supuestos amigos, quienes, por suerte, comprendieron esto y, a partir de ese momento fueron mejores animales y amigos de lo que nunca habían sido.
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